RESILIENCIA: UN SENTIDO DEL LEGADO SANSEI
Los hogares japonés americanos envolvieron en silencio sus sentimientos después de la Segunda Guerra Mundial. La expresión japonesa gaman significa “soportar lo aparentemente insoportable con paciencia y dignidad”. Esta característica tipificó la actitud de los estadounidenses de origen japonés cuando se reintegraron a la sociedad después de su liberación de los campos de internamiento. Pero el trauma emocional no tiene estatuto de limitaciones, y el silencio es un poderoso transmisor de trauma. Mientras que algunos sansei (japoneses-estadounidenses de tercera generación) continuaron a ejemplificar el Sueño Americano, algunos de ellos siguieron buscando una solución al asunto pendiente de la angustia sufrida durante mucho tiempo por sus padres y abuelos, algunos políticamente, algunos artísticamente.
Los ocho artistas Sansei que se exhiben en Resilience crecieron en diferentes partes de los Estados Unidos, trabajan en diferentes medios y expresan diferentes puntos de vista. Pero la fuente de su expresión proviene de una historia común: la alteración de la vida precipitada por el encarcelamiento de sus familias durante la Segunda Guerra Mundial. Al hacer visibles sus sentimientos más profundos, estos artistas demuestran valentía y vulnerabilidad. Se sienten obligados a mirar dentro ellos mismos y contar sus historias. Sus voces emergen de corazones rotos guardados, una poderosa demostración de trauma transmitido sin querer. Tomar lo muy personal y hacerlo público es un acto de fe.
El arte imparte empatía, y la empatía ilumina la historia. A través de las siguientes obras de arte poderosamente inquietantes, estos artistas esperan recordarnos que el encarcelamiento de los japoneses fue un grave error. En los años ochenta, el Congreso de los Estados Unidos confirmó que las detenciones fueron motivadas en gran medida por prejuicios raciales, histeria en tiempos de guerra y falta de liderazgo político. Fue un capítulo oscuro en la historia estadounidense que hirió a sus víctimas y a las generaciones sucesivas de maneras tanto visibles como invisibles. En tiempos de crisis e incertidumbre, somos más receptivos y más necesitados de la energía creativa. Es a través del arte que el corazón se abre.
– Jerry Takigawa y Gail Enns, Curadores
INTERNAMIENTO
Los estadounidenses de origen japonés han sido durante mucho tiempo parte de la historia de esta nación, empezando con la inmigración de Japón a los Estados Unidos a partir del siglo XIX. Sin embargo, no siempre han sido aceptados; el racismo y la xenofobia han alimentado innumerables actos discriminatorios. Durante la Segunda Guerra Mundial, poco después del ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941, la histeria por la guerra, la paranoia y el racismo agravaron la hostilidad que ya enfrentaba la comunidad japonesa americana, que culminó con la firma de la Orden Ejecutiva 9066 (EO 9066) por parte del presidente Franklin D. Roosevelt en 1942. Esta orden dio la autoridad para que el gobierno de los Estados Unidos encarcelará a cualquier persona con ascendencia japonesa basándose únicamente en su raza. Ciento veinte mil estadounidenses de origen japonés, dos tercios de ellos ciudadanos nacidos en los Estados Unidos, recibieron la orden de abandonar sus hogares con solo lo que podían cargar y fueron trasladados a diez campos de concentración sombríos, remotos y retirados de la costa oeste donde habitaban una gran cantidad de las comunidades japonés americanas.
Esto comenzó uno de los muchos momentos vergonzosos de los derechos civiles en la historia de los Estados Unidos. Con solo unos días para presentarse en los campos de internamiento, los integrantes de las comunidades japonés americanas perdieron sus trabajos, sus negocios, sus granjas, sus reliquias familiares y posesiones preciadas, sus mascotas, hogares y propiedades, todo. Durante el resto de la guerra, miles de japoneses americanos vivieron detrás de alambre de púas en campo de internamientos aislados y patrullados por guardias armados, habitando en pequeños cuarteles de madera sin agua corriente y con malas condiciones sanitarias. Los prisioneros trataron de sacar lo mejor de sus vidas en los campos de internamiento de varias maneras: cultivando gran parte de sus propios alimentos para complementar sus escasas provisiones, creando escuelas para continuar la educación de sus hijos a pesar de la escasez de provisiones y la aglomeración, jugando juegos como el béisbol y utilizando las artes y artesanías como una forma de embellecer sus escasos espacios y pasar el tiempo.
Después de que se cerraron los campos de internamiento al final de la guerra, las familias internadas enfrentaron obstáculos para su reasentamiento. Algunos no pudieron recuperar las casas y propiedades que tenían antes de la internamiento. Sin nada a qué volver, muchos establecieron sus hogares en nuevos lugares. La discriminación y las tensiones raciales siguieron después del cierre de los campos de internamiento, privando a muchos japoneses americanos de hogares, trabajos y seguridad. Estas experiencias de agitación y de ser tratados como enemigos y prisioneros afectaron a los estadounidenses de origen japonés, desde oportunidades económicas pérdidas hasta problemas de salud mental. Este trauma generacional se ha transmitido de padres a hijos, dejando una marca perdurable en la cultura e identidad japonesa-estadounidense.